Un viaje de mil kilómetros se inicia con un paso.

(Proverbio chino)

miércoles, 8 de diciembre de 2010

     ¿Qué es la Resiliencia

El símbolo de la Resiliencia es el “hipocampo”.
Las razones por las que se adoptó este símbolo son dos:

 a-El hipocampo es uno de los pocos animales “monógamos” encontrados en la naturaleza. Conserva la misma pareja durante toda su vida. Simbólicamente representa a la perseverancia, cualidad básica para la ser resiliente y constante en la persecución de los objetivos.

 b-Se ha descubierto que, el hipocampo cerebral, a pesar de que es la estructura que más sufre los efectos del estrés (sus neuronas se pueden llegar a destruir y su tamaño se puede llegar a reducir a causa del mismo), también se podría decir que es el más “resiliente” ya que, una vez superada la situación estresante, sus neuronas se reproducen (neurogénesis) y  éste recupera su tamaño.
          El concepto de la Resiliencia está relacionado con el concepto de autoeficacia percibida, desarrollado por el psicólogo A. Bandura. Él sostiene que cuando percibimos que las estrategias que utilizamos dan resultado, aumentamos nuestro optimismo y autoestima y esto, predispone a un próximo éxito.
   
          Los seres humanos adoptamos distintas respuestas de afrontamiento 
cuando nos encontramos ante situaciones que percibimos como amenazantes.  Estas respuestas comprenden las conductas observables, las respuestas cognitivas y emocionales. En 1981, Thompson señaló 3 puntos básicos de afrontamiento que producen el control de la situación.




          La capacidad de predecir (a la posible “amenaza”) disminuye el nivel de estrés y de caer en “downshifting”. Si considero que tengo las herramientas necesarias para afrontar la amenaza, me siento en control y mantengo mi estabilidad emocional. En cambio, cuando la situación de “fracaso” se percibe como repetida, la falta de control que experimento puede llevarme a la indefensión aprendida.

          Para ilustrar este punto me gustaría recurrir a una historia de Jorge Bucay, llamada: “El elefante encadenado”

          Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. También a mí como a otros, después me enteré, me llamaba la atención el elefante. 
          Durante la función, la enorme bestia hacía despliegue de su tamaño, peso y fuerza descomunal... pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas clavada a una pequeña estaca clavada en el suelo. 
Sin embargo, la estaca era solo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir. 
          El misterio es evidente: ¿Qué lo mantiene entonces? ¿Por qué no huye? Cuando tenía 5 o 6 años yo todavía creía en la sabiduría de los grandes. Pregunté entonces a algún maestro, a algún padre, o a algún tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado. Hice entonces la pregunta obvia: -Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan? No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente. 
Con el tiempo me olvidé del misterio del elefante y la estaca... y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho la misma pregunta. 
Hace algunos años descubrí que por suerte para mí alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta: El elefante del circo no se escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde muy, muy pequeño. 
Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró, sudó, tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo, no pudo. La estaca era ciertamente muy fuerte para él. Juraría que se durmió agotado, y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al que le seguía... 
          Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino. Este elefante enorme y poderoso, que vemos en el circo, no se escapa porque cree -pobre- que NO PUEDE
           Él tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que sintió poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro. 
Jamás... jamás... intentó poner a prueba su fuerza otra vez...

¿Cuántas veces actuamos como este elefante y no “crecemos” porque creemos que no podemos? Quizás porque en algún momento probamos y no pudimos, quizás porque alguien alguna vez nos dijo que no íbamos a poder o, simplemente, por miedo a salir de nuestra zona de seguridad decimos “no voy a poder, no puedo”. Si realmente lo intentamos y no pudimos es bueno que nos acostumbremos a decir y enseñarle a nuestros alumnos que digan: “No puedo TODAVÍA.”

Para reflexionar:

¿Cuántas veces, nosotros: docentes y profesionales de la salud, actuamos de tal forma que estimulamos a que nuestros alumnos/pacientes sufran de esta “indefensión aprendida”?
¡Hasta la próxima! Rosana

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